¡Al trabajo, con alegría! Consejos para reducir el estrés

Con la llegada de septiembre, y el retorno a la rutina laboral o escolar, reaparecen las noticias relacionadas con el denominado síndrome de estrés postvacacional, que aunque ha perdido algo de tirón a la vista de las lamentables cifras del desempleo en nuestro país, no debe ser menospreciado según defiende la Asociación de Enfermería Familiar y Comunitaria de Cataluña. Sus síntomas: malestar psicológico, como tristeza, ansiedad, estrés; preocupación, inseguridad, miedo a perder el control, palpitaciones, taquicardia, excesiva sudoración, temblor, molestias digestivas, dolor muscular y dolor de cabeza.

Decía Epícteto, nada menos que hace casi 2000 años, que las cosas no son como son, sino como te las tomas. Así debe pensar el granjero sordo, protagonista del filme “La familia Belier” que decide presentarse a alcalde de su pueblo, y para quien “la sordera no es una desventaja, sino una identidad”. Y esta conclusión es un hecho observable no solo ante la vuelta al trabajo, sino casi ante cualquier acontecimiento sin excepción, que implique el cambio en una situación que se ha estabilizado, y más aún si nos encontrábamos especialmente confortables. En esta línea nuestro contemporáneo Albert Ellis, desarrolló la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC) que se basa en la premisa de que las experiencias no causan ninguna reacción emocional específica, sino que esta la produce el sistema de creencias de la persona.

En suma, la motivación es asunto individual respecto del cuál la organización y sus directivos solo pueden aspirar con un enfoque modesto a no dinamitarla, o con un enfoque más proactivo a proporcionar espacios de autonomía en los que esa motivación individual se realimente y continúe en positivo. Porque recordemos que la motivación de cada uno de nosotros es resultado de la combinación variable de tres sumandos: los factores intrínsecos, los extrínsecos y los trascendentes. Los factores intrínsecos nos permiten valorar nuestro trabajo en virtud de las posibilidades de aprendizaje y desarrollo que nos proporciona, de la libertad y autonomía con que podemos desempeñarlo, y de su nivel de correlación para poder desarrollar nuestra vocación (si es que la tenemos). Los factores extrínsecos nos permiten apreciar nuestro trabajo en virtud de si lo tenemos cerca de casa, si la empresa es estable, segura y con futuro, si dispone de unas instalaciones idóneas, y, por supuesto, de si la remuneración es adecuada. Finalmente, los factores trascendentes descansan en el grado de alineamiento de nuestra forma de ser y de pensar, con el propósito, los valores y la cultura de la empresa y con el clima que se respira en la misma (dirección y colegas).

Está claro que no tendremos la misma ilusión por volver de vacaciones a un trabajo donde cualquiera de estos tres factores puntúa bajo, que si las valoraciones de cualquiera de ellos son especialmente altas. Es verdad que algunos indicadores pueden ser evaluados de un modo más o menos objetivo (por ejemplo, el salario respecto del mercado), pero no es menos cierto que una percepción individual negativa lastrará sin remisión la apreciación de otros (por ejemplo, la expectativa de autonomía requerida puede ser diferente, según se trate de un aprendiz, o de un experto). Y, por tanto, gestionar esa percepción será clave para reponer nuestra motivación y alejar las tendencias depresivas y estresantes.  Porque como dice el proverbio chino: “no puedes evitar que el pájaro de la tristeza vuele sobre tu cabeza, pero sí puedes evitar que anide en tu cabellera”.

Los psicólogos H.Tennen, G. Affleck y M. McCullogh, han investigado sobre cómo afrontar las emociones negativas, y concluyen que reflexionar sobre situaciones dolorosas que hayamos sufrido, identificando los posibles beneficios que no obstante se derivan de las mismas (por ejemplo, nos han hecho más fuertes, hemos descubierto otros aspectos que apreciar, han reforzado las relaciones, hemos mejorado las habilidades de comunicación…), mejora nuestra capacidad para enfrentarnos a la rabia, enfado, desánimo, tensión… En definitiva, como ya advirtió Pascal: “la desgracia descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir”.

No obstante, si no está por la labor de trabajar la introspección, son multitud los experimentos realizados para identificar comportamientos que ayuden a rebajar el estrés, algunos de los cuáles recopila R. Wiseman, y de los que podemos destacar los siguientes por su fácil puesta en práctica:

  1. Treinta minutos al sol mejoran el humor y la memoria
  2. Reír al menos 15 minutos al día: las películas de humor aumentan el flujo sanguíneo un 22%; mientras que las estresantes, lo reducen un 35% (M. Miller). Afrontar las situaciones espontáneamente con humor mejora el sistema inmunitario, reduce el riesgo de infarto un 40%, y alarga la vida un promedio de 4,5 años (H.M. Lefcourt)
  3. Escuchar música clásica permite relajarse mucho más deprisa (más que con el pop o el jazz, que serían equivalentes a estar en silencio)
  4. Realizar conductas que resulten incompatibles con estar enfadado (por ejemplo, acudir a una fiesta, ver una película de humor, jugar con una mascota…)
  5. Rezar por los demás es bueno para la salud, pues reduce la tensión que por motivos económicos pueda sentir quien lo practica.  Algo especialmente apropiado en esto momentos de éxodos migratorios
  6. Incluso ver videos de animales es bueno para la hipertensión. Lo que explicaría el efecto sedante de los documentales de fauna de La 2.

Como ven, son muchas y asequibles las alternativas para reincorporarse a la rutina en las mejores condiciones, pero si en cualquier caso desafortunadamente no lo consigue, no se aflija, según los expertos el síndrome de estrés postvacacional no suele durar más de dos semanas. ¡Ánimo! Publicado en Levante EMV, 13 septiembre 2015

¿Felices vacaciones?

¿De 0 a 10, en qué medida se considera Ud. una persona feliz o infeliz? Un 0 significa que se considera “completamente infeliz”; un 10, que se considera “completamente feliz”. Si se ha dado un 7 o más, debe saber que está en el promedio nacional (7,27), según el último barómetro del CIS de junio, recientemente publicado. En concreto, el 71,4% se otorgó una puntuación superior a 7, y un 10,7% se calificaron con un 10; por debajo de 5, apenas un 5% ¡Bravo!

Sin duda es para congratularse, porque somos felices aun cuando apenas un 2,7% considera que la situación económica general de España es buena o muy buena, mientras que, al contrario,  un 52% la califica de mala o muy mala, y un 78,7% la considera igual o peor que la del año pasado. Y solo un 29,3% cree que mejorará en 2016. Datos nada optimistas si además vemos que los problemas que personalmente nos afectan más son el paro (48%) y los problemas de índole económica (25,9%).

Quizá ese rayo de esperanza que ilumina la felicidad de los españoles proceda de que los que trabajan tienen la percepción de que es poco o nada probable que durante los próximos doce meses pierdan su actual empleo (75,2%); al tiempo que uno de cada tres parados cree bastante probable o muy probable que encuentren empleo en los próximos doce meses. En cualquier caso, todos estos datos parecen corroborar lo que tantas veces se dice de que el dinero no es la causa de la felicidad; es más, “quien cambia felicidad por dinero no podrá cambiar dinero por felicidad” sugiere el escritor argentino José Narosky. Desde un punto de vista científico, un estudio reciente de la Universidad de British Columbia, afirma que el dinero no da la felicidad, sino que simplemente reduce la tristeza, siendo una y otra emociones distintas.

Asimismo, estos datos refuerzan la idea de que el sentimiento de felicidad es subjetivo, aunque tenga una base genética. O como diría Locke, “la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias”; si bien un 40 % de nuestra felicidad depende de los genes, apostillaría el psiquiatra Luis Rojas Marcos.

Porque como le dice Christian Bale a Bradley Cooper en el filme La gran estafa americana, “la gente cree lo que quiere creer”. Y esa subjetividad es la que complica la posibilidad de estandarizar los criterios de medición de la felicidad. Por eso no es de extrañar la variada diversidad de índices que persiguen medir la felicidad en virtud de diferentes variables, según los cuáles se pretende incluso elaborar rankings de felicidad de los países. Así, por ejemplo,  España ocupa el puesto 62 de entre 151 países según el Índice del Planeta Feliz elaborado por la Fundación de Nuevas Economías en 2012, el puesto 38 según el Informe Mundial de la Felicidad de la ONU de 2013, el puesto 46 de 178 países según el Índice de satisfacción con la vida de2013, o el puesto 17 de entre 24 países según el Índice Global de la Felicidad de Ipsos de 2014. Indicadores todos ellos que no sitúan a nuestro país entre las naciones más felices, y que sin embargo, contrastan con la notable percepción de felicidad que a nivel individual manifiestan los encuestados en el mencionado Barómetro del CIS.

Nos quedaría por descubrir, en qué clase de vida feliz están pensando en el momento de la respuesta, y si pueden encuadrarse en alguno de los tres tipos que distingue el experto en psicología positiva Martin Seligman:

  1. Vida placentera: busca el mayor placer posible, aportando felicidad pero de corta duración.
  2. Vida plena: busca el crecimiento personal, el disfrute de relaciones, trabajo y ocio satisfactorios, proporcionando, aunque de forma menos evidente, una felicidad más profunda y duradera.
  3. Vida con sentido:  supone actuar en beneficio de los demás o de algo más allá de uno mismo, proporcionando gran satisfacción y plenitud

Según este autor, una vida plena y con sentido pueden lograr la felicidad, pero si además se lleva una vida placentera, la felicidad que se consiga será más intensa, porque si las relaciones sociales no garantizan la felicidad, parece que esta no se da sin ellas. ¡Buenas vacaciones! Publicado en Levante EMV, 19 julio 2015.