Se buscan 1.975 millones de personas para el cambio climático

Los incendios veraniegos y las inundaciones de septiembre nos han recordado sin concesiones una tarea que tenemos pendiente: qué hacer ante el cambio climático. “A veces necesitamos que alguien nos enseñe lo que no somos capaces de ver, y entonces nos cambia la vida” le decía Seth Rogen a su amigo en la película ¿Hacemos una porno?

El recién presentado informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, destaca que la estabilización del clima requerirá reducciones fuertes, rápidas y sostenidas de las emisiones de gases de efecto invernadero, y llegar a cero emisiones netas de CO2. Este informe ha sido aprobado por 195 gobiernos miembros, el mismo número de gobiernos que suscribieron en 2015 el Acuerdo de París, que es en la actualidad el principal marco de regulación climática internacional, y que sucedió al Protocolo de Kyoto de 1997, que a su vez siguió la estela iniciada en la Conferencia de Estocolmo de 1972 que despertó la concienciación sobre la necesidad de cuidar de nuestro planeta.

Desde esa Conferencia se han emitido más de un millar de leyes para proteger el medioambiente, y parece que todavía no se acaba de actuar con la decisión necesaria. ¿Y de quién es la responsabilidad?

El CIS del pasado mayo preguntó sobre quién debía ser responsable del bienestar de todos ciudadanos. El 70,9% respondió que debe ser el Estado, un 11,4% contestó que la responsabilidad del Estado debe limitarse a los ciudadanos más desfavorecidos, y un 12,7% afirmó que son los ciudadanos quienes deben ser los responsables de su propio bienestar. Pocos cambios respecto a las respuestas que para una pregunta semejante se hizo en el CIS de ¡septiembre de 2011!: un 67,1% atribuía la responsabilidad al Estado, un 21,3% la circunscribía al cuidado de los más desfavorecidos, y solo un 7,9% defendía que los ciudadanos deben valerse por sí mismos para resolver sus problemas.

Podrá argumentarse que un asunto como el del cambio climático es tan complejo que poco podemos hacer como individuos, pero como advertía Montaigne “a nadie le va mal durante mucho tiempo sin que él mismo tenga la culpa”.

Siempre hay formas de contribuir individualmente a los cambios. Algunas pueden ser extravagantes, como la reciente tendencia de algunas estrellas de cine de evitar el baño diario y el jabón como Leonardo DiCaprio, que solo se baña dos veces por semana para ahorrar agua, y no usa desodorante porque lo considera dañino para la naturaleza.

Pero lo que no es una moda son las 3R clásicas de la gestión ambiental -reducir, reciclar, reutilizar-, aplicables en prácticamente todos los momentos y entornos de nuestra vida cotidiana. Y sin embargo, todavía hay mucho margen de mejora.

Por ejemplo, en España en 2020, el peso total de envases domésticos de plástico, brik, metal y papel / cartón que se enviaron a plantas de reciclado y que fueron recuperados previamente a través de la recogida selectiva y del contenedor de resto fue apenas un 10% más que cinco años antes.

No hace tanto que todavía se dudaba del cambio climático y de sus consecuencias. Incluso Trump sacó a los Estados Unidos del citado Acuerdo de París. Ya advertía Robert Young en el filme Encrucijada de odios, que “los ignorantes se ríen de lo que no comprenden”. Y es que un modelo de crecimiento sin contaminación, supone una transformación radical que pone en riesgo la forma tradicional de hacer las cosas, desatando una fuerte resistencia al cambio. Y aunque poco a poco la conciencia de la gravedad de la situación va calando, no lo hace ni con la velocidad, ni con la contundencia necesaria.

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La teoría de la masa crítica sostiene que cuando una minoría comprometida alcanza un determinado tamaño, el sistema social cruza un punto de inflexión y las acciones de ese grupo desencadenan una cascada de cambios de comportamiento que aumentan rápidamente la aceptación de la opinión minoritaria. La pregunta es: ¿cuál es el tamaño necesario de esa minoría?

En 2018, investigadores de la Universidad de Pensilvania y la Universidad de Londres resolvieron esa cuestión.  Las poblaciones con minorías comprometidas que oscilan entre el 25% y el 27% del total lograron niveles de cambio del comportamiento entre 72 y el 100% de la población total.

Según la mencionada teoría de la masa crítica, el poder de los grupos pequeños no proviene de su autoridad o riqueza, sino de su compromiso con la causa. El referido informe sobre Cambio Climático aunque reconoce que la situación es crítica, también muestra que las acciones humanas todavía tienen el potencial de determinar el curso futuro del clima.

En la actualidad la población mundial se cifra en 7.900 millones de personas, por lo que aplicando el razonamiento de los aludidos investigadores se necesitan al menos 1.975 millones para revertir la tendencia y dar viabilidad al planeta. ¿Te apuntas?

Publicado en Valencia Plaza, 18 septiembre 2021.

Bon vent i barca nova!

Geoffrey Kondogbia. Foto: AFP7/EUROPA PRESS

Geoffrey Kondogbia. Foto: AFP7/EUROPA PRESS

Se ha resuelto finalmente el desenlace: Joe Biden será el nuevo presidente de los Estados Unidos, y Donald Trump deberá dejar la Casa Blanca, aunque no se le vea muy dispuesto a ello. Uno llega y otro se va. Este tráfico permite observar una situación crítica en la relación laboral de los profesionales: el momento de la despedida. Es lo que podríamos considerar uno de los “momentos de la verdad”, como lo es también el primer día. Es curioso observar en ocasiones la radical diferencia entre uno y otro momento. 

Por ejemplo, recientemente el Valencia CF ha traspasado al Atlético de Madrid a Kondogbia, y lo ha comunicado en Twitter con un escueto “Bon vent i barca nova!”, reservado a aquellos a los que es mejor perder de vista. Previamente el jugador había mostrado su interés por dejar el equipo y había acusado al presidente del club de destruir un proyecto ambicioso y de haberle engañado a él y al entrenador.

Nada que ver con los comienzos de la relación. En la presentación del nuevo fichaje, este suele manifestar que “siempre soñó con jugar en este equipo”. En el momento de la despedida,  en cambio, son menos los supuestos en los que los comentarios son corteses y de agradecimiento a la oportunidad disfrutada, y mucho más sonados los que conllevan declaraciones extemporáneas contra los dirigentes del que hasta hacía nada era “el club de su vida”. 

Todos estos ejemplos nos plantean la reflexión sobre si realmente vale la pena marcharse tarifando de la organización en la que se ha estado trabajando, y si tenía razón Sir Francis Bacon, filósofo y estadista británico, cuando afirmaba que “la discreción es una virtud, sin la cual dejan las otras de serlo”.

Donald Trump. Foto: CHRIS KLEPONIS/ZUMA PRESS

Donald Trump. Foto: CHRIS KLEPONIS/ZUMA PRESS

Esto merece un comentario especialmente en un mercado laboral tan deprimido como el español, en el que la búsqueda de un puesto de trabajo es complicada, incluso cuando no hay crisis. ¿Hasta qué punto puede influir en nuestro siguiente paso profesional el que hayamos criticado a nuestra empresa o a nuestros jefes y compañeros? Antes de decidir si “somos personas que pueden construir su felicidad sobre la desgracia de otras”, como preguntaba Pierce Brosnan en el filme El juego del matrimonio, repasemos algunos puntos a considerar:

  • Como profesionales, la reputación es un sumatorio de capacidades personales y de las de la organización en las que las desenvolvemos. Sin duda estaremos mejor valorados si nuestra experiencia transcurre en una empresa de reconocido prestigio, que si ha tenido lugar en otra de la que se tiene duda. Y esa reputación de la organización y del profesional interaccionan de forma constante en ambas direcciones: buenos profesionales hacen buenas empresas y buenos equipos, y al contrario.

  • Como seres humanos somos sociales por naturaleza, y por tanto la capacidad para generar entornos relacionales satisfactorios es una competencia clave en cualquier organización. Sin duda que criticar a los demás y responsabilizarles de la situación es una opción, si bien el punto débil es que es la versión de una sola de las partes, que despertará la curiosidad de la nueva empresa para contrastar su veracidad, y esto no es tan complicado hoy día. Cada vez más son las compañías que rastrean en redes sociales el perfil de los candidatos. Valoremos por tanto si superaremos airosamente el “efecto boomerang”, porque tan solo estamos a seis grados de separación de cualquier otro congénere.

¿Debemos entonces resignarnos a no divulgar nuestra opinión? Quizá podamos pensar que en algunos de los ejemplos mencionados podían permitírselo, porque al fin y al cabo ya tenían solucionado su siguiente paso profesional, y en ocasiones implicando una sustancial mejora. En otros casos, podemos creer que tiene sentido hablar cuando ya no hay nada que perder… si es que eso es posible. Porque la verdad es que la historia nos muestra que nuestra vida es un constante volver a empezar, ¡hasta Messi se retractó y desistió de dejar el Barça! Por ello, la táctica de tierra quemada puede no ser la más idónea, pues “lo que define a las personas son sus actos, no sus recuerdos”, como le decía Cuato a Arnold Schwarzenegger en el filme Desafío Total

El republicano George H.W. Bush (padre), tras su derrota electoral escribió a Bill Clinton una cortés y amable carta en la que, entre otras cosas, le decía: “Te deseo lo mejor. Le deseo lo mejor a tu familia. Tu éxito ahora es el éxito de nuestro país”. No parece que Trump vaya a hacer algo semejante, pero al menos es un buen ejemplo para reflexionar si, cuando se nos plantea una situación semejante a las comentadas, y en el caso de no poder contenernos, por lo menos debemos asegurarnos de que al hablar nuestras palabras sean mejores que el silencio, porque en muchas ocasiones valemos más por lo que callamos que por lo que contamos.

Publicado el 12 de noviembre del 2020 en Valencia Plaza.

Poder y dinero: ¿son los ricos los más poderosos?

El último ranking de Forbes de los megamillonarios del mundo sitúa al actual presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, en el puesto 544. Su fortuna se estima en 3.257 millones de dólares; es decir, ha perdido 220 puestos y 931 millones de dólares respecto al año anterior. Al parecer ha sido penalizado por una minusvalía en su patrimonio inmobiliario en Manhattan. Incluso tres españoles se sitúan por delante: Amancio Ortega, su hija Sandra Ortega y Juan Roig.

Los más ricos del mundo en 2017, según la revista Forbes

Los más ricos del mundo en 2017, según la revista Forbes

Lo curioso es que este retroceso de Trump entre los multimillonarios contrasta con el segundo puesto que ostenta en la lista de los más poderosos. Tan solo está por detrás de Vladimir Putin, y adelanta a Angela Merkel, que cierra el pódium. De hecho, la lista de Forbes de los más poderosos es mucho más restringida que la de los ricos, pues tan solo recoge 74 nombres; más o menos uno por cada cien millones de habitantes del planeta.

Y si comparamos ambos rankings observamos que tan solo 21 de los más ricos tienen plaza entre los más poderosos; y solo cuatro en el top 10, pues además de Trump, encontramos en el puesto 7 al hombre más rico del mundo, Bill Gates(Microsoft), seguido por Larry Page (Google) en el octavo y a Mark Zuckerberg (Facebook) en el décimo. En cambio, el cuarto hombre más rico, el español Amancio Ortega, no aparece entre los 74 de honor.

Y es que para ser poderoso no basta con tener dinero; aunque la lista de rasgos del poder a considerar es larga, y también lo es la de los campos en que podrían ejercerse, la combinación incluso se complica con la intervención de una tercera dimensión, el tiempo, esto es, el momento específico en que se está considerando la interacción. De hecho, por ejemplo, el traficante Chapo Guzmán, ahora en prisión, apareció durante cuatro años entre los más poderosos de la lista incluso por delante del presidente de México.

Los más poderosos del mundo en 2017, según la revista Forbes

Los más poderosos del mundo en 2017, según la revista Forbes

En concreto, para elaborar esta lista de poder Forbes exige una posición destacada al menos en cuatro parámetros. En primer lugar, sobre cuánta gente se tiene influencia. Por ejemplo, si Wal-Mart es el mayor empleador del mundo (2,3 millones de trabajadores) es evidente que esto ayuda a su CEO, Doug McMillon, a ocupar el puesto 27 de la lista; y en otro contexto, la influencia de un líder religioso como el Papa Francisco, sobre mil millones de católicos le aúpa al quinto lugar.

En segundo término, el ya aludido criterio de controlar unos recursos financieros notables. El PIB en el caso de los países, los activos y ventas en el caso de las empresas, o incluso el patrimonio personal si es extraordinariamente relevante, como en el caso de Gates.

En tercer lugar, la variedad de ámbitos en las que se ejerce el poder. Así, por ejemplo, Forbes otorga el lugar 21 de su ranking a Elon Musk, que además de multimillonario (puesto 80 de los superricos) y liderar la compañía Tesla Motors, también destaca en la industria aeroespacial, y es conocido asimismo por su capacidad visionaria.

Por último, ninguno de estos tres indicadores es suficiente si no hay un ejercicio activo de los mismos. Y es que es difícil detentar poder si no existe voluntad de tenerlo y ejercerlo en pos de un determinado objetivo. Esto se ejemplifica claramente en entornos dictatoriales donde el margen para la autonomía personal queda muy condicionado. Y explica que, por ejemplo, Kim Jong-un se sitúe en el puesto 43 por su control extremo sobre los veinticinco millones de habitantes de Corea del Norte.

Desconozco si Forbes ha establecido algún criterio de ponderación de estos cuatro factores. Es decir, si es más importante tener dinero que ámbito de influencia o variedad de campos de acción, o si los cuatro indicadores pesan lo mismo. En cualquier caso, lo que vemos es que este combinado de parámetros es el que da lugar a que menos del 30% de los más poderosos de la lista, aparezca entre la de los más ricos.

Y esto permite abrir una ventana de oportunidad para la inmensa mayoría de personas que no disponen de esos abundantes recursos económicos y que sin embargo no renuncian a ejercer esa voluntad de poder que Nietzsche describía. Y sin necesidad de tener que recurrir a conjuros esotéricos como hacía Frank Langella en el filme La novena puerta. Porque, al fin y al cabo, el poder, entendido como la capacidad de influir para conseguir unos resultados está en todas partes y en todos y cada uno de nosotros; solo que con diferente grado de consciencia y distinto estadio de desarrollo. Ya Hobbes advertía que la humanidad siente un “perpetuo e incansable deseo de conseguir poder tras poder que solo cesa con la muerte”. Publicado en La Vanguardia, 27 de marzo de 2017